06 Dic 2021 Ramón Montecinos: “Hay que dejarse sorprender por los jóvenes que tienen métodos que uno no conoce”
Emocionado por la cantidad de mensajes de felicitaciones recibidos tanto de ingenieros mayores como de jóvenes, se mostró el Ingeniero del Año 2021, quien tiene un alto sentido de la importancia de la generación de la comunidad de la ingeniería estructural y de la responsabilidad que les entrega su disciplina frente a la sociedad.
Conciencia y responsabilidad social son conceptos que abundan en el discurso del Ingeniero del Año 2021 Ramón Montecinos, que cuenta con más de 40 años de experiencia en estructuras. Así se pudo apreciar en sus palabras de aceptación del premio, el jueves 18 de noviembre, en la última jornada del 14º Congreso Anual de AICE, y en el transcurso de esta entrevista, realizada dos días antes de las elecciones del domingo 22 de noviembre.
Y esa responsabilidad incluye un alto compromiso con sus alumnos. Por ello, no deja de mencionar que él aprende mucho de ellos.
En varias ocasiones, habla de sus hijos, todos humanistas o artistas, y su señora María Dolores Ortíz, quien considera que Ramón es “un hombre extraordinario muy atípico, se definió como un ingeniero levemente hippie, cuando lo conocí. Su gran herramienta en la ingeniería es su impresionante memoria, lo que le permite ser muy estudioso, conocimiento que permanentemente está compartiendo con todos, especialmente con las generaciones más jóvenes”.
Montecinos también se muestra impresionado por la cantidad de ingenieros, amigos, de todas las edades que lo han llamado y habla de la expresión del cariño, que “es algo muy fuerte” y se declara como un convencido de que “el amor es la fuerza más poderosa”.
¿Siente que ha dejado un legado?
He recibido muchos llamados de gente joven, porque hago clases en Beauchef y ahora estoy en el diplomado de la Universidad de Los Andes, donde encuentro a jóvenes ingenieros que me enseñan; asisto a todas las clases y me sorprende el aprendizaje que he tenido, me siento como un alumno becado y me sorprendo con los ingenieros-profesores que han estudiado tanto. Lo notable de nuestra especialidad es la cantidad de jóvenes que van egresando de todas las universidades y formando nuestro reemplazo.
Es un misterio cómo se forma ese interés por aprender. En el diplomado tenemos 25 alumnos todos los años, interesados por aprender, lo que asegura la continuidad de la especialidad, que es lo que más me interesa y no solo por un tema de la continuidad en sí, sino porque tengo una visión de deber social. Somos un país con ciertas características, como los terremotos, y hay una visión que tenía don Rodrigo Flores, un viejo ingeniero de los años 50, que es nuestro fundador, en cierta forma. Él era muy original de pensamiento y decía: no da lo mismo que falle una industria en Chile a que falle en Estados Unidos, porque en EE.UU. hay 20 y si falla una, quedan 19; en Chile hay una y si falla, falla el 100% de la capacidad industrial. Entonces no puede ser lo mismo el diseño en un país que tiene 20, a uno que tiene una, tiene que ser más cuidadoso en este último caso.
Eso me ha resonado toda la vida y no paro de contarlo. En otro Congreso de AICE recuerdo que habló Dante Bacigalupo y en la cena me di cuenta que en su mesa estaba rodeado de ingenieros jóvenes que lo escuchaban. Te aseguro que en un congreso de otras profesiones, el viejo se queda solo tomando whisky y los jóvenes se van a otra parte.
Claro, también estuvieron muy interesados en su charla.
Y eso tenemos que aprovecharlo. La ingeniería civil es muy respetuosa del pasado, porque la gente respeta la experiencia, los sufrimientos, las cosas que se han hecho y se valora la trayectoria. No es una casualidad que al menos en Beauchef, las salas tienen muchas veces el nombre de un profesor destacado para respetar el pasado. Y los viejos están dispuestos a dejarse sorprender por los jóvenes que tienen métodos que uno no conoce.
Nosotros nos criamos con un registro de un terremoto o dos, hoy los jóvenes tienen 600 registros y lo único que pueden hacer es un análisis matemático numérico súper complejo. Ahí aplica lo de odres nuevos para el vino nuevo.
Además, el profesor Saragoni habla del mandato de la sociedad para que el contenido de sus estructuras no se caigan.
Nosotros aprendimos: con el sismo chico, no pasa nada; sismo mediano, daños medianos, pocos y reparables; sismo grande, váyase a la casa de su tía, pero eso ya no es aceptable.
En el área industrial siempre ha estado presente que el daño no es aceptable, porque en una industria que vale 1 millón de dólares por hora, parar es muy caro.
Yo nunca he sido de edificios, pero a mis amigos que se dedican a ellos los respeto mucho, porque tienen un dominio del diseño del edificio muy profundo. Me he dedicado al área industrial, que es muy variada, hoy un estanque, mañana un puente de cañerías, la fundación de una máquina, etc., somos más chasquillas y por eso mismo, muy conceptuales.
Entonces, ante la duda, podemos comenzar a sobredimensionar por todos lados y eso no es lo que buscamos. Yo me dedico a revisar ahora y tengo mucho contacto con las personas: hay que apoyar al diseñador, guiar sin soberbia, hacer cambios sin herir. Eso requiere también un poco de psicología, porque en el área industrial la revisión es muy conceptual y con mucho poder, eso hace que el revisor lo legitime el revisado: le tiene que creer.
¿Tienen más libertad al diseñar para el área industrial?
Sí y no, porque las caídas son más dolorosas y cuesta mucho más innovar. En el área industrial, minera, hemos incorporado poco tecnologías como aislación o disipación, hay una deuda, pero también un problema, porque las cargas en la industria son variables, ya sea que los elementos estén vacíos o llenos, entonces es difícil decir dónde hacer el análisis: ¿considerando 50 ton vacío o con 500 toneladas de carga adicional en la tolva? Las cargas en la industria son muy inciertas, muchas de las cosas pesadas lo son por su contenido, siempre variable. Y si miramos los equipos, entonces aparecen innumerables cargas; dinámicas, impacto, etc.
Y en el área instrumental, ¿han tenido más avances?
Sí, ahí ha habido más progreso y podemos valorar, entre otros, a Rubén Boroschek, porque los datos y la instrumentación tienen dos elementos: colocar el instrumento es una cosa; entender la maraña de números que entregan, eso es lo difícil.
Es como el análisis: la leyenda cuenta que don Santiago Arias, gran ingeniero, dijo en una ocasión que de lo que pagaba por el análisis, el 20% era por el proceso y el 80% porque Tomás Guendelman mirara los números y le diera su opinión.
Esa historia es muy buena y aquí pasa lo mismo, hoy hay mucha más instrumentación y, de hecho, hay instalaciones con instrumentos, con la ventaja de que hoy son más baratos, pero mientras más datos, más dificultad para entenderlos: El hombre sigue siendo la medida de las cosas.
En la AICE predominan los ingenieros del área edificación.
Sí, pero ha habido un esfuerzo grande entre la gente del área industrial por incorporarse y eso ha sido un trabajo largo, especialmente de Phillipo Correa. Los cursos de perfeccionamiento que ha hecho la AICE son muy importantes y han tenido éxito, también los conversatorios de temas industriales han servido para sumar más especialistas.
Un tema que echo de menos de antes de la pandemia es que podía visitar las oficinas y saludar a todos los ingenieros, lo que me permitía saber dónde están todos trabajando y en qué. Había una cuestión personal que el Zoom no te lo da todavía.
¿Hacia dónde tiene que ir avanzando el área industrial?
Hay dos cosas. Una es este progreso, del que tengo poco qué decir, porque se produce de forma automática con las generaciones jóvenes y eso hay que respetarlo y apoyarlo.
Por otra parte, si miramos la historia del diseño de los últimos 30 años, se ha perdido la enseñanza del oficio que antes era natural en las oficinas: ARA, CADE-IDEPE y otras.
En esas empresas, todas nacionales, la enseñanza, el tiempo dedicado a aprender y a enseñar era natural y a sus dueños no les importaba que un ingeniero estuviera una tarde estudiando el ACI sin producir ni una hoja de memoria de cálculo.
Hoy ese espacio formativo está muy limitado en las grandes empresas de ingeniería, enfocadas a la producción, con equipos muy móviles que se arman y desarman a la luz del mercado y del nuevo proyecto.
La pérdida del espacio de formación que eran las empresas chilenas, generó un vacío por 20 años, que afortunadamente hoy está siendo llenado, al menos en parte, por algunas universidades con sus planes de maestrías y diplomados.
Esos planes académicos, que normalmente son poco glamorosos en la mirada académica, son los transmisores del oficio, los que forman una manera de diseñar, de pensar y de construir Chile: para todo departamento de Ingeniería Civil debería ser su mayor orgullo colaborar en construir Chile, al mismo nivel que figurar en muchas revistas indexadas. Lamentablemente, eso no siempre es así.
Es de todo sentido que esas iniciativas de formación y desarrollo deberían ser apoyadas por los que aprovechan la mejor calidad de los ingenieros: las empresas y el Estado.
Hay mil maneras si hay voluntad: patrocinar investigación, fomentar perfeccionamiento para los ingenieros jóvenes, apoyar publicaciones. Mil maneras y poca plata.
Construcción de comunidad
A juicio de Ramón Montecinos, la AICE tiene mucho que hacer en la construcción de la comunidad, porque si bien es cierto, los profesionales viven de su trabajo, “hay una cosa más importante que es el buen vivir, qué cosas te permiten reconocer lo que te da sentido en la vida, y cultivar relaciones de amistad que trasciendan los temas contingentes o comerciales”.
¿Y en los grupos técnicos normativos se puede dar esa instancia?
El Zoom limita eso, tenemos reuniones de la norma y no se sabe quién está o están con las cámaras apagadas y no nos vemos. Antes llegábamos adelantados a las reuniones, tomábamos un café, saludábamos, que son cosas chicas, pero el mundo está construido de las cosas chicas.
¿Y, a su juicio, ha habido avances en el desarrollo normativo?
Los historiadores hablan de una manera americana de desobedecer al imperio: acatar sin cumplir. Es lo que hacemos los ingenieros, a veces de manera inconsciente, cuando una norma nos parece poco fundada o tiene una disposición que intuimos de riesgo: nos vamos a cobijar en un factor de seguridad elevado, diseñamos con sobrerresistencias mayores, etc.
Y eso está bien: si no lo hiciéramos, seríamos irresponsables: recordemos la excelente presentación de Eduardo Santos en el Congreso. Nuestras decisiones, especialmente las normativas, deben tener sustento técnico muy sólido.
El problema es que generar normativa sólida requiere inversión en estudios, ensayos, investigación y especialmente, calibración.
Me quiero quedar en una palabra clave que es la menos elegante en los medios académicos: la “calibración”. Calibrar una norma es utilizarla en ejercicios que no se construirán necesariamente, para saber si lo que se está incorporando como nueva disposición normativa conduce a un diseño razonable o no. Si estamos con una disposición correcta o un disparate.
Para eso hay que probarla en un arco de casos que reflejen los usos potenciales. No tenemos la capacidad de prever sólo desde la investigación académica o de buena voluntad de un fin de semana, si una disposición nueva conduce a un diseño económico y seguro o si hay casos en que se dispara o resulta excesivamente cara.
Eso no lo puede hacer un grupo bien intencionado en sus ratos libres o un par de memoristas capaces pero sin experiencia. Debe ser encargado como un trabajo profesional a empresas del rubro y a universidades que colaboren, sin olvidar a Lucas: “el obrero merece su jornal”.
Esos costos los deberían asumir principalmente los que se verán afectados (para bien o para mal) con las disposiciones de las normas.
Me voy a explicar crudamente: Imaginemos que el comité de una norma decide sobre un coeficiente de diseño que, con la información que dispone, está entre 1 y 2.
La discusión entre técnicos va a conducir a una decisión en que se considerará la seguridad y la economía, con muy probable (y natural) predominio de la seguridad. Entonces el coeficiente adoptado estará más cerca de 2 que de 1, especialmente si la información es precaria.
Posiblemente el comité elegirá, digamos 1,7 y muchos ingenieros, sabiendo la incertidumbre dirán, “mejor usemos 2 para estar seguros”. Evidentemente , esa decisión quedará “in pectore”.
Si hay investigación, si se realizan algunos ensayos, a lo mejor el coeficiente puede bajarse a un valor más realista. Digamos 1,3.
Es muy sencillo y evidente que el costo de las estructuras se verá influenciado por esa decisión, aunque nadie fuera del círculo de especialistas lo llegue jamás a saber.
Insisto: Las normas las redactamos los ingenieros, pero sus efectos los pagan las industrias. Entonces, es muy ingenuo escuchar cuando se solicita plata para una investigación: “nuestro negocio es producir cobre y no investigar sobre extraños coeficientes estructurales”.
Ingenuos porque ellos van a pagar la cuenta. Y ni siquiera se van a dar cuenta.
¿Quiere enviar un mensaje a la comunidad de ingenieros estructurales?
Nosotros hemos recibido una herencia de responsabilidad social y la hemos ido transmitiendo en el tiempo, independiente de la posición política y debe ser así. Hemos sentido que nuestro trabajo es importante y que la comunidad también lo es. Eso nos ha marcado a todos y no hay que perderlo. Tampoco hay que perder el sentido de que los jóvenes, de alguna manera, son tus hijos. Es un sentimiento importante de gremio, a la manera medieval, casi como una fantasía de que quien llegue va a llegar a trabajar y se va a casar con tu hija, para seguir la continuidad del oficio (risas).
¿Le falta algún sueño por concretar?
Soy de la generación de los que estamos, de alguna manera, llevando el peso de la profesión, porque los mayores están ya retirados, y nos corresponderá seguir el ejemplo que nos han dejado: Seguir en el escritorio hasta los últimos días.
Don Rodrigo Flores, tenía 93 años, estaba resfriado, se mejoró y decidió ir a la oficina, cuando se murió.
Personalmente, tengo muchos intereses, aparte de la ingeniería, estudié algo de Filosofía en el Instituto de Filosofía de la Universidad Católica y soy inevitablemente un poco teólogo.
Soy de una época en la que la Escuela de Ingeniería tenía un Departamento de Estudios Humanísticos muy grande, tanto que hasta daban un bachillerato de Humanidades. Esa cara de la profesión es muy importante, mantener la cara humanista, Tomás Guendelman, Fernando Yañez y otros son buenos ejemplos de eso: personas con las que puedes hablar no solo del ql²/8