Por mí y por todas mis compañeras…

Por mí y por todas mis compañeras…

Por María Jesús Aguilar, directora de AICE.

En este 8 de marzo, reflexiono acerca de un gran desafío que tomé cuatro años atrás, cuando en total incertidumbre postulé al Directorio de la AICE. En aquel entonces el objetivo era claro, visibilizarnos como ingenieras estructurales. 

Históricamente, la Ingeniería ha sido un área muy masculinizada, por lo que no pensé jamás tener una chance real de salir electa ese año. Nuestra expectativa no fue tener una directora inmediatamente, sino que mostrarle a los colegas que nosotras estábamos presentes y también queríamos ser parte del equipo.

En ese momento, recién estaba descubriendo todas estas trampas que nos colocamos en particular las mujeres, y de manera adicional, todas las barreras impuestas por la sociedad. Al salir electa, identifiqué en mí el famoso síndrome del impostor. Este síndrome tiene distintas categorías, yo particularmente me identifiqué con el que explica que la gente competente encuentra imposible creer en su propia competencia. En mi caso, sucedió que creí que para ser directora de la AICE debía tener muchas más aptitudes de las que poseía: más experiencia, más edad, más conocimiento técnico, ser más conocida, ser socia de una oficina de cálculo, etc. 

La realidad me enseñó que no era tan descabellado creer que podía salir electa con todas mis falencias. De hecho, salí electa con la primera mayoría en esa ocasión. Recuerdo que me solicitaron un video promocional y que a pesar de que creí imposible que me eligieran, mi slogan fue justamente que debían elegirme por ser una candidata sin todas esas competencias: por ser joven, por ser mujer, por ser poco conocida en el rubro, en definitiva, por ser una ingeniera común y corriente como la gran mayoría de los socios (no socia de alguna oficina). El asunto que quiero destacar es que no era consciente de esta barrera que yo misma me impuse, me postulé porque mis colegas de AICE Mujer me votaron cuando quisimos buscar a nuestra representante, por lo que tenía que hacerlo por mí y por todas mis compañeras.

Hoy, sé que tuve mucha suerte, porque mi sentido de lealtad a mi equipo fue mayor, y a pesar de que no pensé tener posibilidades, lo hice por mis colegas con las que ya llevamos tiempo trabajando en AICE Mujer promoviendo las carreras STEM en diversas actividades enfocadas a niñas y adolescentes. Creo profundamente que la mejor manera de mostrar valores es dando el ejemplo, no podemos pretender que el resto haga lo que uno no estaría dispuesto a hacer. En mi pensamiento, alguna de nosotras tenía que postularse y no podía decir que no. Nunca me ha gustado la frase “hay que”, siempre he preferido el “tenemos que”.

Estas barreras que nos colocamos las mujeres son muy comunes e inconscientes, sentimos que tenemos que ser perfectas para hacer tal o cual cosa, por lo que siempre hay razones para no hacerlo. Estoy segura de que la gran mayoría de mujeres hemos dado alguna vez una de estas justificaciones para no enfrentar un nuevo desafío: no cumplo todos los requisitos, no soy la mejor técnicamente, me falta más experiencia en ese tema, y una gran lista de etcéteras.

Fue revelador para mí darme cuenta de que no tenía tanta autoconfianza como pensaba. Lo bueno fue que aprendí de ello y me propuse estar más alerta a que no me volviera a suceder. Entendí también lo importante que es recordarle a mis colegas lo tremendas que son, no conozco ninguna ingeniera que no sea objetivamente muy capaz, pero lamentablemente todas tenemos que luchar primero con nuestro auto sabotaje. 

Si bien todos podemos ser impostores, nosotras padecemos más este síndrome. Es por eso que como colegas debemos tener presente el apoyarnos, si nos vemos con poca confianza animarnos a seguir, visibilizar nuestras capacidades y así, en adelante, tanto hombres como mujeres tomaremos nuevos desafíos más fácil y naturalmente.